viernes, 1 de junio de 2007

NUEVAS AVENTURAS DE LÁZARO DE TORMES

CÓMO LÁZARO SE ASENTÓ CON UN CABALLERO Y LO QUE LE ACONTECIÓ CON ÉL

POR ANTONIO PADILLA


Estando yo sentado en la orilla del río que pasa por la insigne y gallarda ciudad de Salamanca, maldiciendo aun aquesta suerte por el último amo al que serví, aquel ciego de lengua suelta del que tantos palos recibió mi cuerpo, vi de venir un hombre a caballo que bajose tan rápido que casi ahoga al bicho cuando tirábale de las riendas. Saltando casi por encima de mi cabeza, cayó presto entre unos matorrales que pareciome que se lo había tragado la tierra. Sin tiempo a moverme de la buena piedra el la que estaba sentado, escuche de nuevo un trote que me hizo volver la cabeza. Dos hombres a caballo acababan de pararse ante mí. Al preguntarme de mala manera si por el lugar había visto pasar algún alma en una montura maltrecha, dije con voz queda que juraba por lo más sagrado, que allí los únicos que estábamos éramos yo y mi sombra.
Como no tardaron tiempo en irse, que a mi sin embargo pareciome una eternidad, vi de asomar una cabeza entre los matorrales, que después de agradecerme de viva voz la hazaña que según él acababa de hacer, preguntome si podría acompañarlo como su escudero, pues en su huída había perdido el suyo, no quisiéndome yo imaginar como pudo perderlo, y no era bueno que un gentil hombre como él llegara a la ciudad sin un sirviente.
Esperando que por fin mi suerte hubiere cambiado, lo acompañé gustoso de tener de nuevo alguien con quien hablar.
Ya en la posada y después de unas cuantas viandas que me supieron a gloria bendita y que hicieron que mis tripas dejaran de rugir y dos jarrillos de vino, se le puso la lengua suelta y me contó el motivo de nuestro curioso encuentro.
Así fue como me enteré de que andaba metido en líos de faldas y doncellas, que prometiéndoles matrimonio las mancillaba, siempre con consentimiento, que no es que yo fuera raro, pero vive el cielo que no era mal parecido.
Hablome largo sobre sus perseguidores, familiares por más señas, de una dama de familia adinerada de la noble ciudad de Toledo a la que dejó preñada, por lo que pedían su cabeza, o más pícaro yo pensé que de otra parte de su cuerpo, que así fue que me corrió un escalofrío.
Lo que aconteció otro día me trae tan malos recuerdos, que sabe Dios que me es duro de olvidar, pues sin mediar palabra y al asalto en una callejuela inmunda, dieronle muerte a aquel hombre, ya mi amo, que así yo lo sentía, de manera vil y cobarde, porque lo mataron a puñal y por la espalda, que el buen caballero me apartó de un empujón de aquella refriega para que yo saliera vivo y sano.
Así quedome de nuevo solo por toda herencia con un jamelgo tullido con el que tendría que seguir buscándome de nuevo la vida.

DE CÓMO LÁZARO SE TOPÓ CON UN CABALLERO Y LO QUE LE ACONTECIÓ CON ÉL


POR VIOLETA CASARES


Desgraciados hechos acaeciéronme cuando al fraile de San Juan deseché. Mas no por incertidumbre os alarméis, que agora os contaré la historia. Iba yo caminando, después de varios días sin llevarme bocado al estómago, cuando me encontré por el camino a un caballero. Y, entonces, juro pensé “¡La gracia Dios me ha concedido por una vez!”. El caballero se paró y me dijo, apeándose de su montura, que si era un buen mozo. A mi señal afirmativa, me contestó que necesitaba de mis aptitudes y que era la única persona que había encontrado. Acepté feliz, pensando que un caballero qué mal me podría aportar.
No sabía nada de lo que más tarde sucediérame. Al llegar a su retiro, me contó que permanecería allí tras un largo período de batallas, me mostró sus dominios y me pidió que reposara en las cuadras. Al siguiente día, me concedió la tarea de limpiar sus cuadras y mantener en cubierto a sus caballos. Mas día a día me daba cuenta de que cada vez me traía menos comida, y, al decirle yo nada, se espantaba y aclamábame como mentiroso. Yo moría por una longaniza, mientras veía los banquetes que en su salón realizaba. Mi amo, de nuevo, me maltrataba. Por eso, comencé a acudir a hurtadillas, sin que él se diera cuenta, a altas horas de la noche, a las cocinas, donde comía de cualquier cesto que le quedaba. Mala fue mi suerte que, un día, se dedicó (pues sospechaba) a pasear por allí entre las sombras y, por aquello, me pilló en plena faena. Desde esa noche deambulo por las calles y pronto, espero que vuelva a tener un dueño, que el hambre se apodera ya de mi cuerpo.